(Fuente: Centro José Guerrero)
El artista inacabado
Nicolás de Lekuona (Villafranca de Ordizia, Guipúzcoa, 19 de diciembre de 1913 – Frúniz, Vizcaya, 11 de junio de 1937) dejó una obra en la que todo fue comienzo. A través de técnicas y soportes diversos, sus escasos años creadores fructificaron entre la experimentación artística y la introspección subjetiva. Lekuona recibió con entusiasmo los hallazgos precursores de las vanguardias internacionales, impregnándolos de su vida propia, de sus afectos y emociones. Es en esta proyección de sí hacia las nuevas poéticas donde germina la obra en ciernes del joven artista.
Ambas dimensiones, su actitud vanguardista y su pathos intimista, se fraguan en la intuición del arte como juego (a veces liviano, trágico otras). Lekuona juega a hacer nacer lo que no sabe qué será; ni qué hará con lo que nazca; ni para qué lo hace, ni cómo hacerlo que no sea haciéndolo. Un juego en el que artista mira, descubridor, su subjetividad. En este sentido, aunque evitando incurrir en los excesos biográficos, debemos apelar a sus vivencias para acceder a los entresijos de un legado en el que hay mucho más que producción de formas estéticas. Lekuona dedica su vida a su arte, y es su arte el que da horizonte comprensivo a su propia vida.